Crecí cerca del mar. Ese mar celta, misterioso. Un mar que para mí era júbilo, diversión, horas y horas de agua y juego, desde la infancia… rodeada de barcos, barcas, dornas, planeadoras, la procesión de embarcaciones el día del Carmen, sonando sus bocinas en la ría.
Esa mágica tierra, en la que desde siempre se han escuchado historias de migración, seguro que muchos y muchas habéis oído a algún gallego o gallega decir eso de «… bueno en aquella época podías ir para Argentina, Alemania o para Madrid, total te daba lo mismo….», el dejar su tierra, sus vidas, sus familias atrás era igual de difícil te marcharas a donde te marcharas que la morriña siempre les ha acompañado. Recuerdo imágenes en blanco y negro, desvaídas por el paso de los años, de buques que partían de Vigo hacia América, hasta los topes, con un montón de hombres y mujeres que dejaban todo atrás para buscar un futuro mejor.
Ahora son otras las imágenes de viajeros a bordo de embarcaciones, que sólo verlas varadas en la playa antes de enfrentarse a tempestades, en este tiempo algo seguro, ya nos sobrecogen, se angosta el alma con una sensación de que algo malo va a pasar y pasa.
Pueblo de arena de alguien quizá recordando….
Es el momento de alejarnos del foco mediático, de las opiniones políticas, de los intereses económicos, si lográsemos alejarnos lo suficiente, si dejásemos que nuestra piel y la piel del otro se sientan como una sola piel, si pudiéramos soltar nuestras vidas para tan solo asomarnos a las suyas, asomarnos nada más, creo que su dolor, su destierro, abandonar matando sus proyectos de futuros pasados, sentir que la pena impregna los huesos en cada paso -en mi tierra morriña- , en cada golpe de mar, en cada punzada de dolor, sería tan inmensamente doloroso que no creo que de hacerlo, ningún ser humano pudiese sentir animadversión alguna hacia ellos, ni un ápice.
Siento que sus vidas, miles de vidas se han convertido en Vidas de Arena, vidas mecidas por las olas, acariciadas por la mareas, que sus golpes de mar les han dejado a medio camino entre ningún lugar y hacia ningún futuro.
Necesito pensar que en nuestro fuero interno, más aún tras esta época de fiestas y reencuentros familiares, de regalos y abrazos, no olvidamos esas Vidas de Arena que se han visto arrojadas a un lugar ajeno, lejano, tras una renuncia personal y vital a todo y a todos sus seres queridos con una única compañía, a veces esquiva, de la esperanza, esperanza en que este lugar sea un lugar en el que volver a construir desde los cimientos una nueva vida en el que quizá intentar revivir esos proyectos abandonados.