Es curioso ver como lo cotidiano, las responsabilidades laborales, la necesidad de estar conectados en las redes sociales cada día más anónimas y desconocidas, nos empuja hacia un lugar más angosto, falsamente compartido, hostil y bronco.
Hablamos de la Inteligencia emocional, neuronas espejo, reconocer al otro, huir de la invisibilidad, para construir un lugar en el que convivir sea más amable, mas humano, más seguro.
Necesitamos transcurrir por espacios compartidos reales.
Pero pasamos más tiempo alejados de los otros, en las redes sociales, en el anonimato de internet, creamos comunidades de juegos on-line… pero estamos solos. Invisibles.
Las grandes urbes nos alejan mas y mas, se convierten en lugares en donde las personas mueren solas, se descubre el cadavérico rosario de personas a las que nadie, nadie ha echado de menos. Las grandes urbes nos enferman, nos expulsan hacia lugares mas tranquilos, más rurales pero pocas son las personas afortunadas que pueden vivir en la ruralidad.
Nos estamos volviendo invisibles, cada vez más y más invisibles. Nos hemos convertido en estadísticas, números, generalidades y no nos importa. Bueno algo si nos importa, al menos para mi es importante volver a ese café en el que cuando entro me conocen, saludan e incluso intuyen que es lo que voy a tomar, me encanta cuando el frutero me saluda al cruzarnos por la calle, es estupendo pararnos un rato en la puerta de casa hablando con tu vecina Teresa, octogenaria, encantadora y que nos conocemos. Quizá ventajas de vivir en un municipio pequeño de la sierra de Madrid, pero…. como me importa que me reconozcan.
Espero ser cada día un poco menos invisible, más de carne y hueso que nunca. Recuerdo que mi madre siempre me decía eso de «pórtate bien, que aunque cien personas no te conozcan una te puede conocer»…. Ojalá ……
La imagen es de jvanodenhoven