He querido escribir sobre lo invisible, sobre eso que es tan intimo, tan escondido, que ha ido opacando el brillo de la mirada con el paso del tiempo. Cuando peor estaba, sin previo aviso, todo surge, más real que nunca, de pronto algo que sabías que estaba ahí, algo feo, algo que te rompió, algo maloliente, te toca el hombro y te dice, Eh!! estoy aquí y ya no puedes hacerme invisible.
Sentí un enorme dolor, rodeada de oscuridad, ahí estaba después de tantos años la vi sentada en cuclillas, la cabeza apoyada en las rodillas que abrazaba con fuerza, los ojos cerrados para no tener que mirar, sigue sin querer ver, pero ya no hay nadie, está sola, está sola desde hace cuarenta y un años, pero el mismo miedo, el mismo temor que la atenaza y que tantas veces la dejó inmóvil, paralizada e incapaz de gritar de alguna forma ha logrado encerrar a esa Yo niña. La abandoné.
Abandoné a Yo niña, pero pagué llevando conmigo parte de esa oscuridad, ese fundido en negro que me impide disfrutar de imágenes, recrear recuerdos, rememorar paisajes o recrear escenas vividas.
Mi cerebro me protege, en este páramo de desprotección en el que he caído, ese fantástico subconsciente decidió apagar la luz, borrar el horror de las imágenes, pero junto con ellas también todas las demás.
No importa, la verdad, creo que sobrevivir en este momento, ahora, ya es suficiente.
Esa niña sigue en ti. Es el momento de arroparla. Muchos besos y un fuerte abrazo.
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¡¡Estoy en ello!!
Abrazote
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