Estabamos así, sentadas. Se habia hecho de día, ebria por el dolor y el alcohol de un fin de semana de verano.
Los primeros rayos de sol entraban por la ventana sobre la Ria de Arosa, me recriminaba mi tardanza, que llegase tan tarde y en ese estado.

La miré y salieron las palabras de lo más atroz de mi vida, brotaron sin dejarme respirar. Entre sollozos. El silencio apareció como una enorme losa bajo la que se quedaron, casi para siempre, las palabras que relataban lo que me había pasado junto a las de mamá: <<calla que no se entere nadie, que tu padre lo mata>>.
Fue entonces cuando sin mas, así de golpe, la losa me catapultó a la costumbre del silencio.
Sentada en el asiento de atrás del R9 rojo con un dolor de cabeza insoportable, papá conducía hacia El Grove, mamá a su lado. Sonaba la radio mientras las lágrimas impregnadas de silencio intenban limpiar la herida de saberme sola, intenté alejar esa insoportable realidad, mientras me sumerjia en la neblina alcohólica de día esa noche.