Mis dedos vestidos con las alianzas golpean rítmicamente el borde de la taza, jugueteo con ellas cuando necesito pensar.
Ese tintineo, me recuerda que hoy ya no es ayer, que esta noche será parecida pero más serena que aquella de aquel septiembre.
Frida empuja con su cabeza mi brazo, ronronea mientras le acaricio la cabeza. Kahla, nos observa desde el sillón, aprovecha el sol que entra por la ventana.
María canta La Mamma Morta y me acompaña en los movimientos de mi mano sobre el costado de Frida, acomodada a mi lado, cierro los ojos.
Suspendido en el espejo del tiempo, mi rostro hoy esta más alegre que aquel, si también más viejo surcado por el habito de sonreír, y sí también, por que el dolor que como el tiempo, hace mella.
Regreso, desplazó a Kahla, para sentarme, tomo el libro que había dejado en la mesa, poso la mirada en el rincón del sofá, ahora vacío. Amor, cuanto añoro compartir todo contigo…
